Cornejo y la clave de su supervivencia: que se doble lo que se tenga que doblar

 Cornejo y la clave de su supervivencia: que se doble lo que se tenga que doblar

Una de las razones que explican –puede haber otras desde ya–, la vigencia y la fuerte influencia de Alfredo Cornejo en la política mendocina, más su cuota de trascendencia –aunque menor de lo que él mismo se lo imaginaba algunos pocos años atrás– en la arena en donde se discute y se decide la orientación de la política nacional, quizás sea la del pragmatismo. Luego de haberse formado política y profesionalmente en los claustros universitarios al calor y la hegemonía de la Franja Morada, bajo aquel entusiasmo interminable de la primavera democrática alfonsinista; años en los que brillaban los bríos progres de dirigentes como el Changui Luis Cáceres, el Freddy Storani, Marcelo Stubrin y otros tantos, con el correr de los años y el andar de su extensa experiencia en los varios cargos que ocupó en la función pública –tanto ejecutivos, legislativos y partidarios–, posiblemente hayan convencido a Cornejo que para conducirse y mantenerse a flote en la agitada, serpenteante, caótica e imprevisible política argentina, lo mejor sería moldearse a ese ritmo y ondearse tantas veces como fuese necesario, más que quebrarse o romperse, como enseñaba el viejo líder Leandro N. Alem, al que el propio Cornejo ha reivindicado entre todos.

Ese pragmatismo, o también esa capacidad para ubicarse en un determinado lugar antes de que sucedan los hechos y capitalizar un beneficio a futuro que pocos pueden ver, lo ha demostrado días atrás cuando en una entrevista para Clarín develó no comprender a sus correligionarios radicales que quieren que le vaya mal a Javier Milei porque suponen que si cae en desgracia el gobierno libertario quien tomaría la posta en la batalla por la sucesión sería el viejo y centenario radicalismo. “Ese lugar hoy lo ocupa el kirchnerismo”, sentencia Cornejo, sin dudas y con firmeza. Y por supuesto que esa mirada le ha valido las críticas de quienes creen ver al radicalismo como una alternativa a los dos populismos que protagonizan la vida de los argentinos, tanto la actual con Milei, como la del pasado reciente con el populismo K dominador absoluto de los últimos veinte años de las idas y vueltas y por sobre todo de los fracasos del país. Y en esa línea, Cornejo también ha dicho que, en un sentido más amplio, “si los partidos tradicionales no leen correctamente a la sociedad en este momento de giro del rumbo económico, pueden tener una tendencia a desaparecer o quedar como minorías testimoniales”.

Y así como se alió, se valió y alimentó al kirchnerismo cuando el santacruceño “garpaba” a nivel nacional contra el menemismo y la derecha reaccionaria, lo dejó huyendo tras un portazo, como tantos radicales desencantados y frustrados (Julio Cobos, entre ellos), cuando el kirchnerismo comenzó su radicalización, o bien cuando develó ciertamente hacia dónde iba, cuál era su objetivo y sus planes para con la Argentina. El radicalismo hace tiempo que transita por un largo momento de incertidumbres, desórdenes varios, indefiniciones y en un constante trance sin hallar un rumbo cierto. Deambula sin dirección. De sus filas se desprendieron fervientes defensores del régimen K, como los Moreau o los “ricarditos” Alfonsín, opositores reacios al mismo kirchnerato como Cornejo y aquellos que todavía ven al centenario partido como una alternativa a los populismos. En esta última facción aparece Facundo Manes, por caso, que fue de los primeros en cruzar a Cornejo luego de sus declaraciones en favor del buen rumbo del gobierno de Milei como garantía para frenar al kirchnerismo, el que para Cornejo sigue vivo, y bien vivo todavía. Dijo Manes del gobernador mendocino: “Los mismos que ya fueron atrás del kirchnerismo y de Macri, ahora quieren ir detrás de Milei. Hay que tener una visión de desarrollo de país y animarse a construir una alternativa distinta a los populismos de izquierda y de derecha”.

Algo de todo ese tema que atormenta a los radicales, pero que a la vez los entusiasma, que los hace ingresar en un estado de semi inconsciencia narcótica, para enfrascarse en una batalla sin cuartel hacia dentro del partido, en internas sangrientas e hirientes, buscando definir un lugar determinado, un rol preciso, meta para la cual ha venido fracasando de manera repitente, es lo que alimentaba y animaba anoche la cumbre del partido convocada para definir una postura sobre la Ley Bases que se está discutiendo en el Senado.

Ese pragmatismo que abrazó Cornejo para moverse en la política, hace ya un tiempo bastante largo, le ha permitido interpretar a la mayoría de los mendocinos. Y a la vez, indignar y enloquecer a verdaderas hordas extremistas, tanto presentes en su propio partido como algunas del peronismo cuya vida domina Cristina Fernández de Kirchner. El propio Cornejo se ha dado el gusto de analizar el porqué de la desgracia justicialista, o esa maldición derrotista que lo acompaña desde una decena de años a esta parte. Con una paradoja: junto a la descripción que hace de lo que cree que le pasa, le muestra una posible solución. Según Cornejo, el peronismo mendocino dominado por el kirchnerismo asume a la sociedad mendocina como “gorila”, que por eso pierden y que con esa explicación argumentan las derrotas en Buenos Aires.

Estas declaraciones de Cornejo han sido muy interesantes, porque en otras palabras, a sus adversarios peronistas, el gobernador les dice que pierden y seguirán perdiendo, probablemente, mientras sigan adosados o dependiendo del extremismo K, un lastre demasiado pesado del que, paradójicamente, él mismo se ha venido valiendo desde el 2013 en adelante. Y hoy, Cornejo, que ve a Milei con una legitimidad de origen, se esfuerza por llevar al resto de los radicales hacia una posición que le permitiría al libertario alcanzar la otra legitimidad, la de un reconocimiento por los resultados si logra enfilar la economía del país hacia escenarios de mayor tranquilidad y estabilidad. Porque un fracaso de Milei, al que aborrece en un sentido amplio por sus modos, su destrato y desprecio por la política, dejaría abierta la puerta –por una vez más– a ese sistema y modelo de mayores y conocidas penurias. Demasiado conocidas.

 

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