Cubanos en la desesperanza le confían su suerte a San Lázaro

 Cubanos en la desesperanza le confían su suerte a San Lázaro

Diez años después de que EEUU intentara el acercamiento con el régimen de La Habana, muchos lamentan lo que califican de oportunidad perdida.

“Suerte es aprovechar las oportunidades cuando se te presentan”, repite Leonardo, 49 años, taxista privado, mientras conduce un destartalado Cadillac de 1957 por la angosta carretera que enlaza a Santiago de las Vegas con el poblado del Rincón, al sur de La Habana. Dentro del auto, con un olor penetrante a petróleo y el humo de los cigarros, viajan tres amigos hasta la iglesia de San Lázaro. Van a ‘pagar sus promesas’ a uno de los santos más populares de Cuba junto a la Caridad del Cobre.

Miguel, uno de los pasajeros, reside en la Florida, y durante el trayecto, recuerda aquel 17 de diciembre de 2014 cuando al mediodía, de forma simultánea, el entonces presidente Barack Obama y el dictador Raúl Castro pactaron una política de deshielo.

“Era estudiante universitario y esa mañana, al terminar las clases, veo a un grupo de personas viendo la televisión afuera de una vivienda. Raúl estaba hablando de nuevos acuerdos y el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Washington. La gente se quedó petrificada. Una hora antes, el profesor de historia hablaba de la tesis de Ernesto Guevara de que al imperialismo yanqui no se le podía conceder ni un tantito así. El discurso de confrontación se venía abajo. El pueblo estaba emocionado. No sé de dónde los habaneros sacaron tantas banderas americanas y las colgaban en carros, bicitaxis y balcones”, dice Miguel.

Lo que pensaron
El tema generó un amplio debate. Leonardo, el chofer, rememora que “como muchos cubanos, pensaba que el país iba a cambiar. Soñar no cuesta nada. Ya veíamos Mc Donald y agencias de venta de automóviles estadounidenses en todas las provincias. El gobierno perdió una oportunidad de oro para aplicar reformas económicas de verdad, no las mentiras que nos meten un día sí y el otro también”.

Eduardo, licenciado en física, confiesa que mientras su amigo Miguel salió adelante trabajando duro y pudo comprarse una casa en los Estados Unidos, “con 56 años, solo tengo un par de zapatos, dos pantalones y tres camisas. A pesar de ser profesional no puedo mantener a mi familia. Para que las cosas cambien en Cuba no hace falta negociar con Estados Unidos. Es tan simple como que mañana, en la Asamblea Nacional del Poder Popular, el gobierno decida terminar con este disparate e iniciar la normalidad. Verás como todos los diputados aplauden”.

Joel, el otro viajero, coincide en que “el gobierno ha tenido múltiples ocasiones para hacer lo que quiere el pueblo. Carter le tendió un ramo de olivo a Fidel. Pero él prefirió apostar por la guerra en Angola. Obama puso un puente. Les tiró un salvavidas y no supieron aprovecharlo. Si lo hubieran hecho, diez años después Cuba hubiera sido diferente. Probablemente ellos seguirían en el poder, estuvieran en el poder, pero la economía hubiera mejorado y no estuviera el país cayéndose a pedazos”.

Solo un camino
Miguel mira por la ventilla del viejo Cadillac a hombres y mujeres con cadenas, con ropa hecha de saco de yute, arrastrando por el asfalto pesadas piedras y cuenta que cuando vivía en Cuba, iba con frecuencia a rogarle al viejo que lo ayudara a irse del país. “Me sentía asfixiado, rodeado de militantes gritando consignas y con discursos absurdos. La Isla solo tiene un camino: cambiar. Los cubanos tenemos derechos a vivir con dignidad y democracia. Hay que parar el éxodo. Si el régimen dura diez años más quedarán cinco o seis millones de habitantes. No se conforman con destruir una nación, destruir la industria azucarera, la agricultura y la cultura. Han subvertido los valores y destrozado el patrimonio de una nación. Esta dictadura no tiene perdón de Dios”.

Dos horas antes de la medianoche, Marlén espera cerca del santuario la homilía en celebración de San Lázaro. Lleva varias ofrendas y velas prendidas. “Le pediré al viejo que me dé fuerza para salir adelante. Tengo un hijo preso y otro enganchado en las drogas. La vida de los cubanos que no tenemos parientes en el extranjero es muy dura. Si esta gente (el régimen) no se larga, nos matan de hambre y necesidades”.

Para Marlén, las cosas siguen tan malas como en 2014. “En esa época limpiaba y planchaba pa’la calle, ahora igual. El futuro que conozco es conseguir pesos que me alcancen para poder comer mis hijos y yo. Si hubiera tenido dinero o familia en la yuma me habría largado. Vivir en Cuba no tiene sentido”.

Venerar a Babalú Ayé, como se le conoce en la religión yoruba, guarda un significado especial para los cubanos. Incluso en los años más radicales de Fidel Castro, cuando Dios era un adversario ideológico y los curas sospechosos habituales de apatía ‘al proceso revolucionario’, miles de devotos peregrinaban en la víspera del 17 de diciembre a renovar su fe con San Lázaro.

La posición de la dictadura castrista siempre ha sido ambigua. Por un lado, no impiden la celebración, aunque tampoco la estimulan. Para llegar a la iglesia se atraviesa un suburbio de casas bajas, algunas de madera con tejas de barro. En los portales de las viviendas sus moradores colocan altares de San Lázaro y por los alrededores, un abanico de tenderetes vende comida, plegarias y collares.

San Lázaro escucha
En el exterior del Santuario del Rincón, que colinda con un hospital para leprosos cuya construcción se inició en 1917, visitado en 1999 por Papa Juan Pablo II, en un amplio terreno baldío miles de creyentes acampan hasta el filo de las doce de la noche.

A esa hora, los devotos se amontonan a las puertas de la iglesia y depositan monedas en diversos sitios. El diácono comienza su misa con citas bíblicas y ora por los enfermos, los necesitados y los que sufren prisión. Al final pide paz, concordia y prosperidad para el pueblo cubano. Todos los congregados aplauden.

Terminada la misa, Norka, quien vive en una provincia oriental, coloca varios billetes de un dólar a los pies del altar y en un susurro dice: “San Lázaro, yo sé que tú me escuchas. Por favor, permite que mi familia pueda marcharse de Cuba, que se ha convertido en un infierno. Mis hijos no tienen futuro en este país”.

 

 

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