Europa y el 2024: no pienses en un elefante

 Europa y el 2024: no pienses en un elefante

Cuando alguien mira la Unión Europea desde fuera piensa en un elefante: lenta, tediosa, poco interesante, casi inmóvil en muchos momentos. Y a veces es así. Pero la afirmación de que la UE va tarde a todo tiene cierta trampa: ¿es fácil poner de acuerdo a 27 Estados miembros y coordinar a tres (a veces más) instituciones? No, claro que no. Así que la Unión si es parsimoniosa es porque no le queda más remedio, pero la realidad de este nuestro bloque comunitario (porque sí, somos parte de él) está llena de curiosidades que no trascienden pero que son parte clave del día a día y que han hecho del 2024 un año que en muchos momentos ha sido hasta divertido.

Hace justo doce meses, por ejemplo, la UE pactó la primera ley en el mundo para regular la inteligencia artificial, y lo hizo tras más de 36 horas de negociación, como un preludio digamos de que en el 2024 nada iba a ser fácil. Las dinámicas de la UE se mueven más y mejor en lo tranquilo que en los procesos rimbombantes y que parecen muy complejo pero en realidad no lo son tanto. La maquinaria bruselense es amplia, muchas veces tediosa y gigantesca. Inabarcable. Pero las negociaciones sobre las normas que salen de Bruselas o Estrasburgo son más sencillas de entender de lo que parece; y tantas veces es más decisivo ese café por la mañana que muchas hojas llenas de textos técnicos y que, siendo importantes, casi nadie se lee una vez aprobados.

Europa y el 2024: no pienses en un elefanteVon der Leyen y Metsola, en Bruselas.Daina Le Lardic
Cuando alguien mira la Unión Europea desde fuera piensa en un elefante: lenta, tediosa, poco interesante, casi inmóvil en muchos momentos. Y a veces es así. Pero la afirmación de que la UE va tarde a todo tiene cierta trampa: ¿es fácil poner de acuerdo a 27 Estados miembros y coordinar a tres (a veces más) instituciones? No, claro que no. Así que la Unión si es parsimoniosa es porque no le queda más remedio, pero la realidad de este nuestro bloque comunitario (porque sí, somos parte de él) está llena de curiosidades que no trascienden pero que son parte clave del día a día y que han hecho del 2024 un año que en muchos momentos ha sido hasta divertido.

Hace justo doce meses, por ejemplo, la UE pactó la primera ley en el mundo para regular la inteligencia artificial, y lo hizo tras más de 36 horas de negociación, como un preludio digamos de que en el 2024 nada iba a ser fácil. Las dinámicas de la UE se mueven más y mejor en lo tranquilo que en los procesos rimbombantes y que parecen muy complejo pero en realidad no lo son tanto. La maquinaria bruselense es amplia, muchas veces tediosa y gigantesca. Inabarcable. Pero las negociaciones sobre las normas que salen de Bruselas o Estrasburgo son más sencillas de entender de lo que parece; y tantas veces es más decisivo ese café por la mañana que muchas hojas llenas de textos técnicos y que, siendo importantes, casi nadie se lee una vez aprobados.

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Ibán García del Blanco, exeurodiputado y ponente de la ley de IA, que conllevó una de las negociaciones más largas de la historia en la Unión, explica a 20minutos que lo más complicado de una negociación es que “no estás negociando con dos partes, sino que esas dos están compuestas a su vez, tanto el Parlamento como el Consejo, por distintos elementos”, aunque la Comisión sí sea un ente único. Es, por lo tanto, de teoría más sencilla de lo que se cree pero en la práctica se ven muchas más ramificaciones. Mantiene el ejemplo de la IA: “Fue inevitable que hubiera que renegociar las interpretaciones y cuáles eran por supuesto los límites de la negociación. Para llegar a un acuerdo hay que ceder, y no es fácil ver qué cosas son las esenciales o cuáles son las líneas rojas”.

No queda otra, muchas veces, que la Unión sea parsimoniosa. Que se miren las comas y los puntos de cada texto. Eso es lo que pasará en la nueva legislatura, porque será el lustro de los matices. Pero ese tedio a veces es evitable y nada tiene que ver con lo técnico o con una negociación compleja. Que se lo pregunten a Teresa Ribera. Vetos cruzados de PP, PPE y los socialistas, con Italia de por medio y Pedro Sánchez de fondo, largas esperas para saber cuál era la salida, aunque pareciera evidente que la Comisión Europea no iba a caer al completo; periodistas trabajando sentados en el suelo, silencios, trampas desde Madrid y un efecto contagio -otro más- de la política española en Bruselas. Y sí, eso también vuelve lenta la Unión, pero se trata de un error no forzado.

España, de hecho, tuvo que aparecer también en la capital comunitaria para renovar, después de cinco años, el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). Sí, es otro de los temas en lo que solo posa la mirada un Estado miembro de 27, por mucho que se repita que la UE ni es un árbitro, ni un cuidador, ni los pasillos de la Comisión Europea son una guardería. Pero si a algo se han abonado Gobierno y oposición es a llevar a estas esferas conversaciones que se han de tener en casa, sobre asuntos en los que la UE no puede tomar decisión alguna: claro, si no la toma, a ojos del ciudadano medio -que no sabe que no la puede tomar- queda de inoperante. La Unión Europea a veces parece un elefante, pero a veces no lo es.

En esa exigencia de los pasos agigantados para ponerse a la altura de Estados Unidos o China, la UE parece que ha usado el 2024 para aprender la lección: Ursula von der Leyen ya no quiere un equipo que hable un lenguaje distinto a los demás, sino el mismo y mejor. ¿Hay que hablar de industria, de guerra, de economía y de defensa? Pues parece que la Unión asume el reto. Y hay que asumir desde ya que esas grandes decisiones -los 800.000 millones de euros anuales que exige el informe Draghi para todos esos cambios- no van a tomarse de la noche a la mañana.

¿Por qué? Entre otras cosas porque, a lo complicado que ya viene de base, a los grandes acuerdos llenos de recovecos, se suma el Parlamento Europeo más dividido de las últimas décadas. La UE, ahora, tendrá que caminar por un sitio lleno de piedras, estrecho, exigente, de esos en los que hay que saltar cada obstáculo para seguir. El auge de la ultraderecha daba más miedo de lo que después fue en realidad, pero la convierte en un vigilante del bosque, de la maraña de decisiones que vendrá en la legislatura que acaba de empezar.

Sí, la UE puede ser un bosque, a veces un laberinto, fácil de descifrar cuando se conoce pero todavía enrevesado para el más común de los mortales; que los árboles no impidan ver precisamente que pare muchos estos comicios que se celebraron en junio fueron un campo de pruebas y solo eso. Ahora, toda esa hoja sobrante tendrá que pulirse porque de lo contrario, si el camino sigue inundado de choques ideológicos y dudas, no habrá quien dé un paso en firme. Y el mundo actual no espera a los rezagados. Si la Unión cae quizá no tenga una mano que la ayude a levantarse, menos aún tras la vuelta de Trump a la Casa Blanca.

Hay tedios voluntarios en Bruselas, tedios que son “lo que hay”, y otros que se eligen por torpeza. Nadie puede dudar de unos resultados electorales, pero estos ya te dan complicaciones y retos intrínsecos; generarse nuevos conflictos es lo peor que podría hacer la UE y en 2024 ha caído varias veces en esa trampa, con España en algunas de ellas como principal protagonista. Cuando se mira la Unión Europea desde lejos se piensa en un elefanta burocrático; no lo es tanto. Pero sería importante dejar de insistir en ello porque eso solo aleja al ciudadano del día a día de Bruselas cuando de la Unión sale más del 60% de las leyes que nos afectan en nuestra vida.

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